Martina es algo más que una vida cotidiana. Es la reacción positiva frente a la vida adversa. Es una lucha constante entre el bien y la tentación, lo fácil, lo atrayente. Son los pensamientos de una mujer, muy mujer, muy femenina, sentimental, sencilla, sumamente sencilla, inteligente, apasionada, romántica, que ama y ama mucho, sensible, muy sensible, que se considera a sí misma de lágrima fácil. Amante de la pintura y otras muchas cosas más que el lector irá descubriendo a lo largo del libro, como por ejemplo amante de la justicia, que en un momento de su vida decide escribir su diario para superar la apatía que le ha causado el quedarse viuda y con los hijos y nietos al otro lado del mundo. Y busca tener fe. Este es el hilo conductor, esa búsqueda y para ello hará las cosas más inverosímiles que se pueda imaginar.

Martina es un ejemplo de ilusión por vivir. O más concretamente: de búsqueda por lo que hace vivir con ilusión.

Desde que en París despertó de su “sopor”, ha vuelto a sentirse impresionada por una obra operística, estremecida por la presencia de un hombre (el pintor Néstor), enternecida por el cariño de su hija y de sus nietos (Anastasia, Benjamín y Patrick), admirada por como su amigo Ginés ha afrontado su terrible situación, enardecida por conseguir que se haga justicia al Amancio, un joven motorista accidentado,…

La vida no acaba hasta que se acaba. El recuerdo de su difunto marido (“Hugonito”) siempre está presente en su corazón. Pero esos recuerdos no son para la nostalgia, sino para luchar por seguir viviendo con ilusión.